¿Qué creemos?

Publicado en Iglesia Alcorcón Madrid

Un espacio donde leer acerca de las principales creencias de la Iglesia Cristiana Presbiteriana

¿Qué creemos?

Quisiéramos dedicar ahora un pequeño espacio para compartir las principales creencias de la Iglesia Cristiana Presbiteriana. Es un breve resumen de los puntos más importantes de nuestra fe. A veces hay cierta confusión o desconocimiento hacia los evangélicos. Las presentamos, pues, para que puedan ser útiles en este sentido, con la esperanza de que sirvan para que la gente pueda conocer mejor las enseñanzas de la Biblia y, por ellas, al Dios de la Biblia.

(Nota: Si tienes una Biblia, puedes seguir tú mismo las citas que aparecen en el texto).


LA BIBLIA Y LAS CONFESIONES DE FE

Creemos que la Biblia es la Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo (II Timoteo 3,16; II Pedro 1,20.21). Por ello, la Biblia nos enseña sin error al Dios vivo y verdadero.

Nuestra creencia en la Biblia no depende de las opiniones de los hombres, ni del juicio de la Iglesia, ya que ella es la Palabra de Dios. Sin embargo, nuestra convicción de que la Biblia es la Palabra de Dios proviene del convencimiento interior producido por el Espíritu Santo.

Por cuanto es la Palabra de Dios, la Biblia tiene autoridad soberana sobre todos los asuntos de los hombres. Toda doctrina, enseñanza y práctica en la Iglesia tiene que estar regulada por ella.

Asimismo, creemos que la enseñanza de la Biblia ha sido afirmada por la Iglesia a lo largo de los siglos en las llamadas “Confesiones de Fe”. En particular, reconocemos la doctrina enseñada en la llamadaConfesión de Fe de Westminster, y los Catecismos Mayor y Menor, como la fiel expresión de la enseñanza de la Sagrada Escritura.

En la Iglesia, las Confesiones de Fe han de estar siempre subordinadas a la Sagradas Escrituras, de la que derivan en todo momento su autoridad.


DIOS Y LA SANTÍSIMA TRINIDAD

La Biblia nos revela a un solo Dios, eterno e infinito en todas sus perfecciones. En la unidad de la Divinidad existen eternamente tres personas: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.

Esta es la doctrina tradicional cristiana de la Trinidad. Frente a todos aquellos que la niegan, creemos, por lo tanto, que es una doctrina bíblica, y que ha de ser creída para conocer al Dios vivo y verdadero.


LA CREACIÓN Y PROVIDENCIA

Conforme a la enseñanza de las Sagradas Escrituras, Dios creó los cielos y tierra a partir de la nada, y en seis días. La materia y el Universo, por lo tanto, no son eternos. Sólo Dios lo es. Creemos que el relato bíblico de la Creación (Génesis capítulo 1) es verdadero, en un sentido histórico.

El mundo, una vez creado, tampoco funciona “a su aire”, independientemente de Dios. Desde la Creación del mundo, Dios sostiene, dirige, dispone y gobierna todas las criaturas, acciones y cosas que ocurren, desde la más grande hasta la más pequeña, por medio de su santa Providencia. Contrariamente a lo que piensan algunos, esto no elimina la libertad y la responsabilidad de los hombres, que, en los asuntos de esta vida, normalmente actúan y deciden conforme a lo que son y quieren llegar a ser.


EL PACTO EN EL PARAÍSO Y EL PECADO ORIGINAL

Dios se compromete con el hombre desde el principio. Después de haber creado al hombre, Dios hizo un pacto con Adam en el Paraíso, en el que le prometía vida si éste continuaba en obediencia (Génesis 2,16.17).

Sin embargo, por la tentación del diablo, Adam cayó en desobediencia, con lo que arrastró a toda su descendencia a la condenación y la muerte, lo cual se ha llamado el pecado original (Romanos 5,15-19). De este pecado original proceden todos los pecados que cometemos a diario.

El hombre, por tanto, es infiel a Dios desde el principio. Por esta corrupción original, todo ser humano que viene a este mundo está completamente indispuesto, incapaz y opuesto para hacer el bien, y enteramente inclinado a todo tipo de mal (Romanos 3,10-18). Es por la bondad de Dios que todo este mal no se manifiesta plenamente en la vida de las personas y las sociedades.


LA LEY DE DIOS

El hombre no es la medida de todas las cosas. No es el hombre quien ha de determinar lo que es pecado o no lo es, o lo que es justo y moral o no, sino la Ley de Dios, resumida en el Decálogo o los Diez Mandamientos. El pecado es, en sí mismo, la transgresión de la Ley de Dios (I Juan 3,4).

El hombre, al haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, ha sido marcado con la voz de la conciencia, que equivale a la Ley de Dios en nuestro interior (Romanos 2,14.15). Sin embargo, a causa del pecado, nuestra conciencia se puede pervertir (de hecho, lo hace frecuentemente), o podemos actuar en contra de ella, para luego justificarnos a nosotros mismos (lo cual, es lo que sabemos mejor), o puede incluso desaparecer. Por lo que siempre, para toda persona y en todo lugar, la Ley de Dios ha de ser la norma para determinar lo que está bien y lo que está mal.


JESUCRISTO, EL ÚNICO MEDIADOR

Jesucristo es el Hijo eterno de Dios, que se hizo hombre para nuestra salvación (Juan 3,16). Siendo en todo momento Dios eterno y verdadero, Jesucristo, en calidad de hombre, se hizo “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”(Filipenses 2,8). Su muerte en la cruz fue el sacrificio por los pecados, hecho una vez y para siempre, que obtuvo el perdón y la reconciliación con Dios de aquellos que se arrepienten de sus pecados y confían en Cristo para salvación.

Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Juan 14,6).

El apóstol Pablo dijo también: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (I Timoteo 2,5). Por lo tanto, no existe ningún otro mediador ni mediadora al lado de Jesucristo (santos, vírgenes, etc.).

De hecho, a Jesucristo no le hace ninguna falta la intercesión de ellos, por cuanto nos dice la Escritura que Él ha venido a ser “un misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo”(Hebreos 2,17).

Y “tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Hebreos 7,26).

Y “por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de los transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna”(Hebreos 9,15).

Si a Jesucristo no le hacen ninguna falta otros mediadores para ser nuestro Salvador, a nosotros tampoco.


LA SALVACIÓN POR GRACIA Y JUSTIFICACIÓN POR FE

En cuanto a la salvación, creemos lo que dice la Biblia: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2,7.8).

Asimismo, creemos lo que nosotros mismos hemos podido experimentar: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (I Timoteo 1,15).

Creemos, pues, que somos salvos sólo por la misericordia de Dios, por Cristo, debido a su obra de salvación, obedeciendo perfectamente a Ley de Dios, y ofreciéndose en sacrificio para el perdón de pecados. La justicia de Cristo nos es imputada (es decir, atribuida, o “puesta en nuestra cuenta”) por Dios y nosotros la recibimos sólo por fe, sin que cuente para nada ninguna obra que nosotros hayamos hecho.

Éste es el testimonio de la Escritura: “Creyó Abraham a Dios, y le fue atribuido a justicia” (Romanos 4,3). Es lo que se conoce como la doctrina de la justificación por fe, el corazón del Evangelio y una de las principales afirmaciones de la Reforma protestante en el siglo XVI, por no decir la principal de ellas.

No obstante, la Escritura nos enseña que, al recibir a Cristo como justificación, también lo recibimos como nuestra santificación: “Mas por Él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (I Corintios 1,30). Por lo tanto, las obras son muy importantes en la vida cristiana, porque ellas son señal de que hemos recibido a Cristo para salvación. De hecho, sin la santidad, nadie verá a Dios, por cuanto Él es santo (Hebreos 12,14; I Pedro 1,16).


LA IGLESIA

Nosotros también creemos en la Iglesia católica. La Iglesia católica o universal es invisible, y está formada por el número completo de los elegidos en Cristo desde antes de la fundación del mundo.

Creemos asimismo que la Iglesia católica es también visible, y se compone por todos aquellos que en el mundo creen y practican de corazón la fe verdadera, es decir, la fe de la Palabra de Dios.

Los hijos de los creyentes también son miembros de la Iglesia visible, porque lo que forma la Iglesia es la administración (es decir, el anuncio, proclamación, enseñanza y aplicación por medio de los sacramentos) de las promesas del Pacto de Gracia (Hebreos 8,8-12), y la Palabra de Dios instituye que los hijos de los creyentes sean introducidos de manera solemne en ellas (Génesis 17,7; Isaías 59,21; Hechos 2,39; Romanos 11,16; I Corintios 7,14; Colosenses 2,11.12).

No hay más que una Cabeza de la Iglesia, el Señor Jesucristo, quien gobierna a Su Iglesia por Su Palabra y el Espíritu Santo. Ningún hombre puede, en modo alguno, usurpar este título para sí. Quien lo haga, haya hecho o lo vaya a hacer, se opone frontalmente a Cristo.

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